lunes, 16 de marzo de 2015

El ser íntegramente sensible está por encima del noúmeno, pero tarde o temprano ha de subirse al autobús

(A J. C. M. Manzano)


En una consulta de urgencias, acompañando a Juan Carlos que iba muy preocupado porque había recibido un memorable mordisco de un alto cargo de la administración local y de cuya herida salía, al pellizcarse, una especie de engrudo rosáceo, escuché lo siguiente:


—Verá usted, señor Martínez, el síntoma es claro y lo tenemos bien catalogado. Su sangre maciza es la manifestación común en una clase de pacientes que, como usted, deforman la realidad. Pero no se preocupe. Le diré lo que debe hacer a partir de ahora: cambiar de género literario. De no hacerlo corre el riesgo de quedarse en estado de tuerca. Y a día de hoy, tal y como están las cosas, eso significa ser alguien. Si usted desea llevar una vida social sana, en continuo diálogo con sus lectores y críticos, incluso con sus compañeros de profesión, escriba ficción. Hágame caso y en unos meses notará un cambio considerable. Para comprobar, de hecho, la mejoría, métase por ejemplo en un autobús interurbano y espere hasta alcanzar la mitad del trayecto. Desnúdese con discreción al fondo del pasillo y abra la puerta trasera para seguidamente bajarse en marcha. Aunque le parezca una acción temible, relaje sus miembros y ruede con naturalidad, como si le hiciera un descosido al aire. Al fin detenido donde sea, asómese a sus rodillas y sus codos, contemple con prístina perspectiva la originaria liquidez de su cuerpo y, no sin antes asegurarse de que la gente le mira, diga las cosas como las ve.